Nuevos horizontes de la categoría de "Derecho a la Ciudad"
“Horizontes” – Carlos Uribe (1999) – Versión original Francisco Antonio Cano (1913)
“No hay soluciones perfectas para los asuntos humanos” (Berlin, 1994)
Inquietante desafío el pensar un derecho a la ciudad para quienes consumimos sustancias como la marihuana en el espacio público, teniendo en cuenta no solo la complejidad del tema, los prejuicios y paradigmas que se enfrentan alrededor del debate sobre la regulación de este mercado para el uso recreativo; sino también en lo personal como estudiante de la maestría en educación y derechos humanos, con los cuestionamientos y reflexiones que me vienen traspasando, cavitando y revolviendo por dentro, como un tornado, luego del Seminario de debates contemporáneos en derechos humanos con el profesor Carlos Mario Vanegas Zubiría, llevado a cabo entre el 20 y el 22 de noviembre de 2020.
Sintiéndome ya en el ojo del huracán, escribo este ensayo de relatoría, diciendo en primer lugar que una de las más importantes reflexiones que me dejan estas jornadas intensivas sincrónicas y asincrónicas, es la necesidad de cuestionar la categoría de Derecho a la ciudad, como una palabra mágica, que va emergiendo, con efectos fascinantes, de hipnosis colectiva, que podría llegar incluso a convertirse en apagador de luchas y resistencias, y de esos fuegos internos que avivan nuestras protestas, convirtiéndose de esta manera de acuerdo con Rivera Cusicanqui (2018) en una contradicción inauténtica, encubridora de retoricas que trafican con el lenguaje simbólico, es decir que “se apropian de la plusvalía simbólica de los ancestros que llevan siglos de lucha, para usar estas
herramientas en la consolidación de nuevas y viejas élites en el poder, armadas de ropajes que les son ajenos” (p. 100). Temo que es lo que ocurre con el despliegue tan fuerte que se viene haciendo de este derecho, desde una corriente de gobernanza urbana, que legitima el modelo neoliberal-capitalista en el que se visionan las ciudades contemporáneas.
Con el descubrimiento de la pensadora boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, el llamado que me resuena potenciar ahora, es el de seguir repensando el derecho a la ciudad, desde una propuesta crítica y destituyente. Un derecho a la ciudad, partiendo de mis posicionamientos éticos, políticos y estéticos, y de las invocaciones disidentes e interseccionales que pueda vislumbrar desde abajo, canalizando primero las indagaciones cotidianas y los flujos epistémicos y metodológicos, que en mi caso buscaran aprovechar la potencia de las narrativas.
Un derecho a la ciudad, que implica el disfrute y transformación social del espacio público, que como lo expresan Gutiérrez y Salazar (2019) devendría así en el “despliegue de la capacidad humana de producir y reproducir formas colectivas de habitar el mundo desde otro lugar que no es el de la dominación, la explotación y el despojo” (p. 22). Nos apartamos también, de esa negación imaginaria que se hace del presente y que quizás esto sea la causa de la fragmentación, el anesteciamiento y desesperanza del movimiento cannábico en la ciudad. ¿De qué forma desde el semillero cannábico de Unaula y desde el movimiento cannábico de la ciudad, se están proponiendo otros sentidos, otras formas de reproducir lo común, de resistir, de tomarse el espacio público y de incidir en la construcción de otras políticas frente a las drogas? ¿Cómo se contribuye en la desinstalación de esas lógicas de control, de prohibición y represión hacia lxs consumidorxs en los espacios públicos, produciendo otras formas de comunidad, enfrentando a su vez la estigmatización y las reproducciones capitalistas-neoliberales, que también están imbricadas en las lógicas que se han desplegado con la recurtida e inútil guerra contra las drogas?
De otro lado, se hace necesario poner especial atención a los llamados nuevos progresismos, cuyo peligro según Rivera Cusicanchi (2018) es que amenazan con más de lo mismo, llegan con la denominación de independientes, pero por debajo de la mesa están captados por los mismas élites afines al neoliberalismo y al neoextrativismo; están “afincados en el individualismo, posesivo, consumista, en la internacionalización de ideas y de prácticas que disuelven las tramas comunitarias de la vida” (p. 98) aquí como activistas cannábicos debemos abrir bien los ojos, activar nuestra intuición, el ánimo de denuncia y nuestra mirada crítica, pues más que gobiernos progresistas, se trata de neopopulismos que van creciendo en la región, que además se quedan en la lógica del control estatal y la fobopolitica, alienados por dinámicas capitalistas, que insisten en seguir manteniendo la represión y prohibición hacia estos consumos y prácticas.
Asimismo, es importante preguntarnos cómo evitar que luego de que se logren estas transformaciones micropolíticas o de un orden más macro, sean aprovechadas, explotadas y extractivadas por las industrias privadas extranjeras, como ha ocurrido con el cannabis, luego de la regulación de este mercado en el 2016, para su uso médico y científico, el cual ha sido monopolizado por estas empresas, muchas de ellas provenientes de Canadá.
En Bolivia, tal como lo señala Rivera Cusicanqui (2018) se dio otro fenómeno, en el cual estos gobiernos progresistas usufructuaron la palabra mágica de Movimiento social, para apalancar “una articulación de intereses entre el ejército y los sindicatos cocaleros (de la mano con las redes mafiosas de ambos sectores) para el desarrollo de la gran industria, que no es otra cosa que la cocaína” (p. 107). Esto no solo implicaría en nuestro caso una rotunda deslegitimación a los procesos populares y a las apuestas políticas alternativas, sino que además lesionaría gravemente en términos concretos la posibilidad de que estos recursos sean para el beneficio común, al no cambiarse previamente el enfoque de prohibición por el de regulación a este mercado. Más grave aún si estas prácticas representan una pérdida de control, sobre nuestras propias capacidades de reproducir la vida como comunidades autónomas, si a ello se suman las manos de otros intereses transnacionales y del entramado geopolítico. En ese sentido Rivera Cusicanqui (2018) también nos hará cuestionar la idea territorializada de identidad y de nación, la cual:
Bloquea nuestra capacidad de conocimiento social, al alejarnos de esas múltiples realidades, que son a la vez difusas y planetarias, compactas pero también porosas y moleculares. Estamos en una crisis tan profunda que es necesario parar, dar marcha atrás, volver a leer etnografías, conectarlas con las preocupaciones de la filosofía y del arte latinoamericanos, para pensar de otra manera esta crisis (p. 120).
Silvia Rivera Cusicanqui nos hace entonces un llamado a crear en la ciudad espacios para la parodia, el performance y las retoricas desde abajo, para jugar con este mundo de espejos deformantes que de alguna manera constituyen nuestro colonialismo interno. Un espacio de confluencias, un espacio Ch´ixi en el que habitamos quienes pensamos que el mundo no esta afuera sino adentro de nosotros y nos habita (Rivera Cusicanqui, 2018). Igualmente, acogemos la idea de Svampa (2019) en el sentido de reconocer “la diversidad y la heterogeneidad social existente en las sociedades periféricas” (p. 43), lo cual permite adentrarnos en la comprensión de esas distintas territorialidades que las comunidades construyen, moran y recrean, ya sea por afinidad, por herencias, reinvenciones, instintos o deseos. Y cómo desde la lucha cannábica y las resistencias que se configuran en la ciudad, se desafía al régimen de control y prohibición de las drogas con los procesos de territorialización, que se podrían simular y parodiar en la ciudad.
Una reflexión que también resalto, en relación a este derecho a la ciudad, es la pregunta por uno de sus rasgos, la participación ciudadana; que desde una visión crítica implicaría replantearla y potencializarla, pues se propone desde la versión utópica y cosmopolitanista, como plataforma global, que en vez de transformar estaría sirviendo a los intereses ocultos del sistema para mantener el statu quo. De acuerdo con Gutiérrez y Salazar (2019), va ser fundamental profundizar en todas aquellas determinaciones que utilizamos para entender lo comunitario, las cuales deben ser “matizadas en contextos particulares para comprender la manera en que contradictoria y
ambiguamente se resuelven —o no lo hacen— en el marco del capital mundializado (p. 25). Desde esta perspectiva buscaremos en los relatos, esos descriptores que nos permitan visibilizar la reproducción de la vida como núcleo configurador de relaciones sociales, desde una dimensión política, que no se puede desligar de lo económico y lo cultural, para develar y denunciar relaciones de dominación, que se configuran en las dinámicas de participación. Dominación en la cual, se concentra y deposita la capacidad de decisión sobre cuestiones como los consumos de estas sustancias en los espacios públicos; excluyendo así las formas comunitarias y populares de la política.
La soberanía social no se delega sino que se ejerce directamente. No se parte de un hecho contractual de entrega (e hipoteca) de la voluntad individual, sino que los mecanismos de gestión del asunto común se construyen a partir de los acuerdos entre sujetos concretos que comparten actividades y destinos» (Gutiérrez, 2001: 70)
Los cardúmenes participativos y críticos a estas imposiciones desde arriba hacia los territorios, deben brotar, siguiendo con Rivera Cusicanqui (2018) desde esferas de comunalidad de comunalidades, lo que nos debe inspirar a ser pensadores y a la vez activistas y activadorxs de movidas de pensamiento, de proyectos de autonomía y autogestión y de realizaciones culturales que ocurren por fuera del estado y del mercado. Producimos “pensamiento crítico a través de nuestra propia práctica, que incluye pensamiento oral y corporal de significados, que se comunican fluidamente en redes cada vez más extensas y difusas” (p. 101). Con la proliferación de otras formas de convivencia social y de otros mecanismos por fuera de lo institucional, se van nutriendo estas estrategias emergentes, que tampoco pueden dejar a un lado la posibilidad de irse inyectando en lo institucional, para implosionar y reventar estas lógicas desde adentro y generar procesos de reproducción de la existencia material, desde nuestros contextos, valores e interés; pues como lo va decir Berlin (1990) los valores no son universales y:
Cada sociedad humana, cada pueblo, de hecho cada época y civilización, posee sus propios ideales únicos, estándares, su modo de vida, pensamiento y acción. No existen reglas o criterios de juicio inmutables, universales y eternos, en términos de los cuales diferentes culturas y naciones puedan ser graduadas en un orden único de excelencia (Berlin, 1990, p. 226).
Sumado a esto, hay que impedir, que se capture el derecho a la ciudad, como palabra mágica, que desde la lógica de gobernanza urbana, impondría, valiéndose de esta, unas formas de organización industrial, que estarían en contra de la materialización de unos derechos humanos abstractos y vaporosos, concebidos así desde esta corriente amiga de las posturas gobiernistas y hegemónicas. Se enfrentarían de acuerdo con Berlin (1990) reglas burocráticas versus hacer lo propio; buen gobierno versus autogobierno; seguridad versus libertad.
A veces una demanda se transforma en su opuesto: exigencias de participación democrática se transforman en opresión de las minorías, medidas para establecer igualdad social aplastan la autodeterminación y ahogan el genio individual. Junto con estos choques de valores persiste un antiguo sueño: la solución final a todos los males humanos existe (Berlin, 1990, p. 233).
Queda de otro lado, un llamado de atención importante en mi ejercicio de investigación, a no desconocer, ni desligar de lo político (que implican estos estudios sobre la participación, los movimientos y la incidencia de estos en las políticas públicas), la dimensión económica y semiótica, pues como lo va decir Echeverria (1998), “la economía capitalista - que, al conectar lo rural con lo urbano, inserta la existencia local en el escenario mundial- se ha convertido en la base de un nuevo tipo de vida” (p. 141) imbricándose por tanto en estas imposiciones, pero también en los desarrollos y producciones normativas de la ciudad y en los devenires entrópicos que van fluctuando en la cotidianidad.
El comportamiento social, agitado por un ímpetu incansable, progresista, se pone a oscilar sin brújula ni medida entre el instinto de apropiación y la tendencia al despilfarro, la ambición avariciosa y el deseo de disfrute, la astucia y la buena fe, la crueldad y la conmiseración, la creencia ciega y la reflexión racional, la empresa aventurera y generosa y la maniobra calculada y egoísta (Echeverria, 1998, p. 141).
En definitiva, estos rasgos entrelazados de las realidades en las que vivimos, se pueden encontrar en las dinámicas socio-políticas, que se ven influidas por estos modelos capitalistas-neoliberales, frente a los cuales siguiendo a Habermas y Freire, que hemos estudiando tanto en la maestría, habría que despertar ese interés emancipatorio, que sería la potencia de las fuerzas que reivindican el derecho a la ciudad.
Queda pues en este sentido, el llamado también a ser conciente del colonialismo interno y aprovechar estos pequeños granos de arena que hoy puedo poner desde la academia, para aportar en la autoreflexión que puedan hacer quienes participen en la investigación por parte del semillero cannábico de unaula; que al promover esta discusión sobre el consumo recreativo de la marihuana, coincidiendo con Accossatto (2017) pervierten la linealidad y la dominación, por medio además de sus actividades y los saberes de resistencia y disidencia, que se configuran abigarradamente y “se abren paso ensanchando la grieta de la historia y conjugando memorias colectivas en las que el pasado de lucha forma parte y potencia los proyectos contemporáneos de emancipación” (Accossatto, 2017, p. 177, cursivas propias). Proyectos en el que cabría el derecho a la ciudad si se posiciona y fortalece desde una mirada crítica, amplia y corajuda, que evite que se convierta en una simple palabra mágica aprisionada por actores a quienes solo le es funcional este derecho, si se acopla a las dinámicas de acumulación de capital.
Finalmente con esto, vuelvo a las preguntas que me hacía en la primera relatoría, retomando del texto de Dahl (2004) las ideas de John Dewey, sobre la necesidad de no ver estas propuestas enmarcadas en el campo político y democrático, como las creaciones perfectas e inmutables; “más bien, deberían ser sometidas constantemente a la crítica y a la mejora, a medida que van cambiando las circunstancias históricas y el interés público (p. 41). Con esto decir que es necesaria la resignificación constante de nuestras prácticas cotidianas y acciones políticas en nuestros territorios y la transformación de las formas de dialogar y concertar las decisiones comunitarias y de ciudad, sin buscar recetas o modelos desde afuera. Lo anterior pasa por abrazar un compromiso con lo destituyente y considerar otras formas de habitar la ciudad, por ejemplo desde el buen vivir, que nos mencionó varias veces la profesora Valentina Hincapié. Por pensarnos unas nuevas formas de comunidades y organización con los síntomas actuales; hablar y pararnos mucho más desde lo geo-eco-antropico, alejándonos de lo antrópico hegemonizado y de los sistemas de opresión que nos impiden construir nuevos horizontes.
Referencias
Accossatto, R. (2017). Colonialismo interno y memoria colectiva. Aportes de Silvia Rivera Cusicanqui al estudio de los movimientos sociales y las identificaciones políticas. Economía y Sociedad, 21(36), 167-181. Recuperado de: https://www.redalyc.org/jatsRepo/510/51052064010/html/index.html
Berlin, I. (1994). La declinación de las ideas utópicas en Occidente. Estudios Públicos, 53, 210-234.
Dahl, R (2004) La democracia. PostData.
Echeverría, B. (1998). Valor de uso y utopía. Siglo XXI. Recuperado de: https://books.google.com.co/books?id=jPs7A7wdYHcC&lpg=PA9&ots=VQj9mihOa7&dq=el%20valor%20de%20uso%20y%20utopia%20bolivar&lr&pg=PA17#v=onepage&q=el%20valor%20de%20uso%20y%20utopia%20bolivar&f=false
Gutiérrez, R. (2001), «Forma comunal y forma liberal de la política: de la soberanía
social a la irresponsabilidad civil» en Álvaro García; Raquel Gutiérrez;
Raúl Prada y Luis Tapia Pluriverso. Teoría política boliviana, La Paz, Muela
del Diablo/Comuna, pp. 55-73.
Gutiérrez, A. y Salazar L. (2019). Reproducción comunitaria de la vida. Pensando la transformación social en el presente. En: Producir lo común, El Apantle. Revista de estudios comunitarios
Rivera Cusicanqui, S. (2018). Palabras mágicas. Reflexiones sobre la naturaleza de la crisis presente. En Un mundo ch’ixi es posible. Argentina, Edición Tinta Limón.
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